KAMYL
(De las
Camelias Sangrientas)
La noche era
basta y sangrienta, la vista del ave descendiendo del cielo alcanzaba a ver la
silueta de la bestial ciudad que gruñía con alaridos devastadores, agonizantes,
depravados, igual que una verdadera bestia desquiciada. La noche era algo
tibia, demasiado fría a instantes, demasiado cálida entre los fuegos y la
desesperación. El ave veía el vaho del humo, corrientes de brisa, el eco de la
piedra empotrada en hierro y las incrustaciones de sangre coagulada en el barro
a las afuera de la ciudad. Se deslizó por una corriente que bajaba hacia el
barro y por poco no fue presa escuchándose el crujir de sus huesos, el cráneo
pequeño atrapado entre los incisivos, sangre, carne y plumas en una masa espesa
y deforme entre las mandíbulas de uno de los cuadrúpedos vigilantes de la
Ciudad de los mercaderes caníbales. Había sido un ave osada, la chica la vio
batir sus alas alejándose, era la primera de seis que había visto cerca y vivir
luego.
Kamyl se
deslizó más allá del primer sector de bestias sueltas. Las bestias que
custodiaban la ciudad de los mercaderes iban a veces solas, y a veces cerca de
sus vigías. Eran del porte de un pequeño cuarto, esqueléticas y encorvadas
medirían casi dos metros del pie al lomo
y tres de la cabeza a la cola. A pesar que aún no era el cenit de la oscuridad
la noche era espesa, pero eso no le garantizaba nada, a pesar de haber logrado
pasar su delgado cuerpo por los barrotes entre los esclavos primerizos
contorsionándose al punto de descolocar algunos huesos, pero en aquel punto debía lidiar con el
olfato de aquellas bestias que era impresionante. Se había cubierto con una
manta andrajosa que apestaba a sangre, barro y a algún señor totémico
ocultando su olor. Así avanzaba de árbol en árbol a ras del barro alejándose
del comercio de esclavos, la ciudad infestada de gritos y podredumbre.
Su cuerpo
estaba adolorido, pero no tenía ninguna lesión grabe, algunos huesos había
logrado volver de inmediato a su
posición original con un crujir intencionado,
aparte de eso solo tenía algunos moretones y arañazos. Pero no poseía el
peso de los grilletes, quizás eso era un problema. Vagar desprotegida sin el sello de un tótems
de señor en sus cadenas entre las bestias hambrientas la convertía
automáticamente en un esclavo que cualquiera podía adjudicarse o aún peor,
comida tentada para las bestias.
Las bestias
estaban entrenadas a ignorar el paso de los señores totémicos, y regresar los
esclavos con dueño por el olor del sello del tótem en sus cadenas, pero los
vigías entrenadas o no, les resultaba
muy difícil controlar a las bestias que olían un ser sin tótems ni
grilletes e impedir que la bestia lo devorara en el mismo instante.
Trató de no
imaginarse a una bestias que al no
sentir el olor característico del tótem
de la piedra en el grillete que
anunciaba de quien era el esclavo se
abalanzaba presurosa a desgarrar y comer a mordiscos desesperados hacia su
presa, pero en vano intentó dejar de pensar en ello, solo veía imágenes
entrecortadas de atrocidades y sombras en su mente. Pero a pesar de ello,
también veía una sensación de esperanza que la motivó a seguir avanzando.
La manta de
Kamyl poseía restos de olor de grilletes y podredumbre, apestaba a miseria.
Pero aún así, eso no le aseguraba que fuera lo mismo que tener grilletes, por
un lado era una carta de resguardo, pero por otro, podría ser su perdición. Si
un vigía notaba que su bestia captaba un olor que decidía ignorar y este
curioso o desconfiado insistía en dirigirse a aquel lugar para investigar,
estaría perdida. En un principio, pensó que lograr liberarse de entre los
esclavos y escabullirse era una buena idea, su salvación. Pero ahora ya no
estaba tan segura. Lo claro era que ya
no había vuelta atrás.
Por la
cercanía del sonido del agua, dedujo que había avanzado un kilometro o quizás dos de la ciudad. Los más optimistas
habían dicho que el perímetro de seguridad era cinco kilómetros, si lograban
liberarse y escabullirse de la ciudad y avanzar sin ser vistos por entre los
árboles serían nuevamente libres y podrían intentar pedir ayuda. Pero en ese momento recordó como un viejo
escupió hacia afuera de la reja que en ese momento se tambaleaba sobre un carro
dirigiéndose hacia la ciudad (de día las bestias rondaban muy lejos de los
carromatos de los esclavos recién llegados así que apenas habían sido
especulaciones necias sobre escapar, aún así ella se había propuesto lograrlo),
el anciano dejo entrever una carcajada desolada, mostrando sus dientes
pútridos. – Ni siquiera en 10 o 15 kilómetros estaría alguien a salvo de las bestias alfas con sus vigías,
los más sanguinarios – Su ojo era grisáceo y parecía mirar sin expresión
mientras hablaba, nadie más habló, no querían que repitiera la historia de cómo
se había hecho aquellas marcas que atravesaban su cara. Pero todos se sabían la
historia de cómo había sido salvado, como había contado que en aquella noche,
siendo un niño vio como se devoraban a más de tres de sus compañeros mientras
intentaban liberarse, pero fue en vano,
a excepción para él, a él lo saló un guerrero de Espada Viva. Pero guerreros así
ya no existían. Era una historia de las guerras de antaño cuando se frenó la
existencia de la ciudad de esclavos, cuando el Imperio lejano y en armonía de
los Huérfanos endemoniados, de los Cinco Castillo recién se estaba formando,
gloriosos días que flameaban los
estandarte de los mayores héroes erigidos en cada Castillo. Él había
sido apenas un niño, y aunque sin salir incólume había sobrevivido, arrastrado
por el guerrero, al niño conmocionado. Pero ya había pasado tanto tiempo, más
de mil años habían mermado las simientes de la paz, la semilla pútrida de los
mercaderes de humanos había proliferado nuevamente y estaba más poderosa que
nunca. No existía posibilidad alguna decía el viejo.
Un viejo que
había sido respetado como un gran sabio,
un ermitaño aunque nadie garantizaba que realmente tuviera más de mil años y
sus relatos fueran enseñanzas en vez de recuerdos. Él decía que sus vivencias
eran un regalo de las Espadas Vivas que más de un don era una comunión que
había llegado a su destino. Pero la situación actual, volver a ser esclavos y
dirigirse ante las bestias que tantas veces lo habían perseguido en sueños lo
volvían una entidad enloquecida y maltrecha, lejos de la visión inspiradora que
había por tanto tiempo sido, se veía a un anciano horriblemente acongojado
aferrado a la jaula.
Ya había
llegado al borde del río, caminaba siguiendo su ritmo zigzagueante, más de
cinco kilómetros había recorrido. Tenía la ventaja de que fuese específicamente
ese día. Ningún esclavo tan loco que intentará en vano huir los distraería en
una vigilancia exhaustiva justamente en el día de nueva mercancía que hasta los
vigías estaban atentos por lograr obtener una nueva adquisición de carne.
Tenía el
amuleto que colgaba de su cuello aferrado a su mano al avanzar, confiaba en
cumplir su misión. Ella no tenía opción alguna de liberar a los demás
pobladores y algo si era seguro, salir en grupo solo acabaría con llamar más la
atención y sacrificar a la mayoría de peor formas en la huida. No, ella conocía
el sector por mapas, sabía que lejos de la ciudad de los mercaderes se
alineaban alrededor las ciudades más pobladas, donde se equilibraban mercaderes
con gente libre. Y mejor que eso, aún existía el templo de los guerreros de las
Espadas Vivas, aunque muchos solo decían que eran unas ruinas, un lugar
solitario donde morir que no valía la pena acercarse. Pero ella pensaba
diferente, si alguien podía ayudarla, sería un guerrero de Espadas Vivas. Tenía
muy claro que todo con quien hablaba de sus convicciones creían que estás eran
tonterías, que el templo estaba Maldito y las Espadas Endemoniadas, y que lejos
estaban de existir guerreros como las leyendas. Le habían contado que apenas
sobrevivía el cuidador que maldecía los cuerpos maltrechos que dejaban las bestias
afiladas que despertaban aunque nadie las blandieran cuando alguien se les
acercaba, que era un suicidio dirigirse hacia aquel lugar.
Y aún así,
ella creía. Ella descendía del linaje del sabio que con voz alegre contaba las
historias, y si no volvía a salvarlos, nunca se lo perdonaría a sí misma.
Aunque su Padre y abuelos siguieran con vida y le respondiese como todos los demás pensaba que
seguiría creyendo.
Había
perdido la cuenta de la distancia de su recorrido, pero era seguro que ya había pasado dos
puentes bajo diferentes riachuelos y
había llegado a un tercer río con mucho más caudal, a esas alturas tenía
la incertidumbre de que quizás había errado en algún tramo el camino. El puente
era impresionante viendo solo lo que las sombras no devoraban. Tenía la
esperanza de que pocos se aventuraran a seguir cazando fuera de los límites y
en cinco kilómetros más llegaría territorio protegido por acuerdo de las
Ciudades vecinas, aunque ello tampoco fuera una total garantía.
En ese
momento escuchó el eco sordo de un caballo avanzando hacia el puente. Ella se
quedó muy quieta cerca de un pilar. Estaba tan cerca, solo tenía que pasar sin
darse cuenta y ella seria libre. Los pasos siguieron resonando por sobre su
cabeza, avanzando. Pero de un momento a
otro el mundo dio un giro en 180º, apenas ahogó un grito que emitió un sonido
cortado cuando sintió el aliento de una bestia en su rostro, entonces cayó y
rodó. El ambiente se heló, comenzó a tiritar mientras trataba de apoyar sus
manos en el suelo y retroceder. La bestia la olía y gruñía estrepitosamente,
dejando mostrar sus dientes en ángulos dispares donde le escurría la baba por
ellos.
Trató de subir a gatas hacia el puente,
embarrándose por el camino. Al subir vio
al caballo que iba sin jinete alguno avanzando. Al girar la bestia la acorraló, perdió el
equilibrio de nuevo mientras escuchaba el
vibrar del gruñido fusionado a sus temblores. Y la saliva de la bestia
empapaba su cara. En ese instante, una voz masculina
resonó.
-¡Entrégamela!- El hombre se acercó a ella y con cuidado puso
un grillete en su cuello que sin ser tan tosco era inconfundiblemente
distintivo de un esclavo. De hecho era increíblemente hermoso en su centro
donde brillaba un deslumbrante
zafiro, que destellaba con el pequeño
brillo de la luna que apenas se asomaba.
Kamyl no se
resistió. Sintió como se cerraba el grillete en torno a su cuello, y al
instante la bestia gruñiente comenzó a retroceder. El hombre al estar más cerca parecía mucho
más joven, tan joven que casi se confundiría con un fortalecido joven que
mediría unos diez centímetros más que ella, pero con el filo de una mirada
antigua, quizás aún más antigua que la
de su propio ancestro, su gran abuelo como ella llamaba y que nada de divino
parecía tener cuando lo dejó en la celda prometiéndole con la mirada volver a
rescatarlo.
El
desconocido solo posó un instante su mirada, luego observó a la bestia que al
instante se puso a retroceder hasta quedar a unos diez metros de distancia,
donde terminó sentándose a regañadientes, pero dócilmente. Él luego se giró
hacia ella, ella se sentía muy conmocionada para resistirse, él le ató
las muñecas, tomando a continuación el extremo del cordel entre sus
manos con la intención de amarrarlo al final de unos rieles de su caballo, pero
se detuvo a observarla. Luego de examinarla con la mirada le quitó con un solo
movimiento el manto haraposo que la cubría.
Tiró de las amarras cambiando de dirección, obligándola a seguirla hacia el caudal del
río.
La instó a entrar al agua. Ella miró en
dirección a la bestia que aún estaba sentada y gruñendo en lo alto del camino
cerca del caballo. La fuerza impositiva a pesar de los calmados movimientos del
joven endemoniado era ineludible. Optó
por adentrarse poco a poco al río, sumergiéndose en el agua. Apenas había dado
los primeros pasos, cuando él tironeó de la cuerda para detenerla, mientras él
mismo se acercaba a ella. Rápidamente desgarró sus ropas, un acto brusco en las
ropas que se destrozaron bajo sus manos, pero sin lastimarla ni con el más
mínimo roce. Ella intentó inútilmente tapar su desnudez, solo sintió la tensión
de la cuerda que la inmovilizaba. Él con
un brazo tenía la cuerda y mojándose en el agua la otra manó se acercó
para tocar su rostro, limpiándoselo suavemente. Luego tomó de algún bolsillo un
pañuelo que también sumergió en el agua, para luego terminar de limpiar su
rostro, bajando por su cuello. Delineó sus omoplatos, lavando nuevamente el
pañuelo, deslizó su húmedo contacto por la curva de su pecho. Luego sin
miramientos los frotó con fuerza hasta
descubrir su pálida piel limpia y húmeda.
Ella no pudo
evitar temblar y dejar escapar un gemido al mismo tiempo en el cual él le
seguía tocando. Pronto aflojó las cuerdas, pero sus manos no se levantaron para
cubrir su desnudez como al principio inútilmente intentó. Esta vez él la instó a que avanzará aún más
adentro del río. Ella obedeció como poseída por un hechizo. El agua pronto la
comenzó a envolver las piernas, luego sus ondas subían más arriba de sus
caderas, cintura, poco a poco dio paso cubriendo por debajo de sus pechos hasta
sumergirlos a ellos también. Llegó a hundirse hasta los hombros, pero al girar
y mirarlo, sus ojos indicaba que él quería aún más. Entonces ella dio una gran
bocanada de aire y se sumergió por completo abandonándose en las aguas con sus
cabellos ondeando como pelo de sílfide.
Pensó un instante que quizás morir ahogada era mejor que morir destrozada y se dejó
hundir libre. Aquel instante al perder
el equilibrio por la corriente pensó que ese sería su destino. Su cuerpo seguía
amarrado. Las maromas en sus manos la tironearon y se vio en un instante
doloroso y extraño, pero él no solo
detuvo el avancé con el cordel, fueron su brazos fuertes quienes la alzaron a
la superficie. Un trago amplio de aire,
entre tos y un cuerpo empapado y sostenido por aquel extraño ser. Fue un momento, luego se vio de rodilla de nuevo en la orilla pero un
tirón la apremiaban a que se levantara.
La joven no
se dio cuenta como subió hacia el camino, ni como él la seco y le dio un espeso
y cálido liquido, apenas tambaleante y de pie creyó sentir el –Crac- cuando las cuerdas fueron
engarzadas a los rieles del caballo, este luego
comenzó a andar dirigido por su
jinete montado en él y la bestia que se había colocado a cierta distancia atrás
los seguía al mismo ritmo.
pobre niña aunque a la vez es una imagen sugerente en mi mente al final.
ResponderEliminarego
ESO ES LO QUE TERMINA SIRVIENDO AL FINAL SI TODOS LOS CUENTOS, HISTORIAS Y LIBROS FUERAN DE FLORES Y AMOR REALMENTE SERIAN MUY ABURRIDOS, ME GUSTA CUANDO ME SORPRENDEN CON LOS FINALES Y ESTOS TERMINAN EVOCANDO SITUACIONES INTERESANTES... XD...
Eliminar♠ARTHUR_EL_GRIS♠
♠DE_LOS_INFIERNOS_TENOR♠
Un final quizás con varios reflejos, como lograr mostrar más historias y detalles entrelazados… Como poder creer ver el desenvolvimiento de las acciones…
EliminarCREO QUE ESTAS COMENZANDO A ESCRIBIR MUCHO MEJOR QUE ANTES, TUS TEXTOS SON MAS LIMPIOS Y CLAROS DE LEER Y LAS ESCENAS DESCRIPTIVAS SON MAS EMOCIONANTES PORQUE TIENEN BASTANTE SENTIMIENTO... ME AGRADA, DESDE LOS PRIMEROS TEXTOS HASTA AHORA SE NOTA UN GRAN AVANCE...
ResponderEliminar♠ARTHUR_EL_GRIS♠
♠DE_LOS_INFIERNOS_EL_MAESTRO♠