sábado, 13 de julio de 2013

BOCETOS...

“A veces las voces de los bocetos gritan con tal descontrol desbordante que hacer nítidas sus épicas canciones, sensaciones y movimientos hasta llegar a mí, más allá del ser… es un grito desgarrador… un movimiento exaltante… deslizar exquisito..."




martes, 2 de julio de 2013

KAMYL (Redacción 42) 2º Adelanto de mi Libro



KAMYL

(De las Camelias Sangrientas)

La noche era basta y sangrienta, la vista del ave descendiendo del cielo alcanzaba a ver la silueta de la bestial ciudad que gruñía con alaridos devastadores, agonizantes, depravados, igual que una verdadera bestia desquiciada. La noche era algo tibia, demasiado fría a instantes, demasiado cálida entre los fuegos y la desesperación. El ave veía el vaho del humo, corrientes de brisa, el eco de la piedra empotrada en hierro y las incrustaciones de sangre coagulada en el barro a las afuera de la ciudad. Se deslizó por una corriente que bajaba hacia el barro y por poco no fue presa escuchándose el crujir de sus huesos, el cráneo pequeño atrapado entre los incisivos, sangre, carne y plumas en una masa espesa y deforme entre las mandíbulas de uno de los cuadrúpedos vigilantes de la Ciudad de los mercaderes caníbales. Había sido un ave osada, la chica la vio batir sus alas alejándose, era la primera de seis que había visto cerca y vivir luego.

Kamyl se deslizó más allá del primer sector de bestias sueltas. Las bestias que custodiaban la ciudad de los mercaderes iban a veces solas, y a veces cerca de sus vigías. Eran del porte de un pequeño cuarto, esqueléticas y encorvadas medirían casi  dos metros del pie al lomo y tres de la cabeza a la cola. A pesar que aún no era el cenit de la oscuridad la noche era espesa, pero eso no le garantizaba nada, a pesar de haber logrado pasar su delgado cuerpo por los barrotes entre los esclavos primerizos contorsionándose al punto de descolocar algunos huesos,  pero en aquel punto debía lidiar con el olfato de aquellas bestias que era impresionante. Se había cubierto con una manta andrajosa que apestaba a sangre, barro y a algún señor totémico  ocultando su olor. Así avanzaba de árbol en árbol a ras del barro alejándose del comercio de esclavos, la ciudad infestada de gritos y podredumbre. 

Su cuerpo estaba adolorido, pero no tenía ninguna lesión grabe, algunos huesos había logrado volver  de inmediato a su posición original con un crujir intencionado,  aparte de eso solo tenía algunos moretones y arañazos. Pero no poseía el peso de los grilletes, quizás eso era un problema.  Vagar desprotegida sin el sello de un tótems de señor en sus cadenas entre las bestias hambrientas la convertía automáticamente en un esclavo que cualquiera podía adjudicarse o aún peor, comida tentada para las bestias. 

Las bestias estaban entrenadas a ignorar el paso de los señores totémicos, y regresar los esclavos con dueño por el olor del sello del tótem en sus cadenas, pero los vigías entrenadas o no, les resultaba  muy difícil controlar a las bestias que olían un ser sin tótems ni grilletes e impedir que la bestia lo devorara en el mismo instante. 

Trató de no imaginarse a una  bestias que al no sentir el olor característico del tótem  de la piedra  en el grillete que anunciaba de quien era el esclavo  se abalanzaba presurosa a desgarrar y comer a mordiscos desesperados hacia su presa, pero en vano intentó dejar de pensar en ello, solo veía imágenes entrecortadas de atrocidades y sombras en su mente. Pero a pesar de ello, también veía una sensación de esperanza que la motivó a seguir avanzando. 

La manta de Kamyl poseía restos de olor de grilletes y podredumbre, apestaba a miseria. Pero aún así, eso no le aseguraba que fuera lo mismo que tener grilletes, por un lado era una carta de resguardo, pero por otro, podría ser su perdición. Si un vigía notaba que su bestia captaba un olor que decidía ignorar y este curioso o desconfiado insistía en dirigirse a aquel lugar para investigar, estaría perdida. En un principio, pensó que lograr liberarse de entre los esclavos y escabullirse era una buena idea, su salvación. Pero ahora ya no estaba tan segura.   Lo claro era que ya no había vuelta atrás. 

Por la cercanía del sonido del agua, dedujo que había avanzado un kilometro o  quizás dos de la ciudad. Los más optimistas habían dicho que el perímetro de seguridad era cinco kilómetros, si lograban liberarse y escabullirse de la ciudad y avanzar sin ser vistos por entre los árboles serían nuevamente libres y podrían intentar pedir ayuda.  Pero en ese momento recordó como un viejo escupió hacia afuera de la reja que en ese momento se tambaleaba sobre un carro dirigiéndose hacia la ciudad (de día las bestias rondaban muy lejos de los carromatos de los esclavos recién llegados así que apenas habían sido especulaciones necias sobre escapar, aún así ella se había propuesto lograrlo), el anciano dejo entrever una carcajada desolada, mostrando sus dientes pútridos. – Ni siquiera en 10 o 15 kilómetros estaría alguien  a salvo de las bestias alfas con sus vigías, los más sanguinarios – Su ojo era grisáceo y parecía mirar sin expresión mientras hablaba, nadie más habló, no querían que repitiera la historia de cómo se había hecho aquellas marcas que atravesaban su cara. Pero todos se sabían la historia de cómo había sido salvado, como había contado que en aquella noche, siendo un niño vio como se devoraban a más de tres de sus compañeros mientras intentaban liberarse, pero fue en  vano, a excepción para él, a él lo saló un guerrero de Espada Viva. Pero guerreros así ya no existían. Era una historia de las guerras de antaño cuando se frenó la existencia de la ciudad de esclavos, cuando el Imperio lejano y en armonía de los Huérfanos endemoniados, de los Cinco Castillo recién se estaba formando, gloriosos días que flameaban los  estandarte de los mayores héroes erigidos en cada Castillo. Él había sido apenas un niño, y aunque sin salir incólume había sobrevivido, arrastrado por el guerrero, al niño conmocionado. Pero ya había pasado tanto tiempo, más de mil años habían mermado las simientes de la paz, la semilla pútrida de los mercaderes de humanos había proliferado nuevamente y estaba más poderosa que nunca. No existía posibilidad alguna decía el viejo. 

Un viejo que había sido respetado como  un gran sabio, un ermitaño aunque nadie garantizaba que realmente tuviera más de mil años y sus relatos fueran enseñanzas en vez de recuerdos. Él decía que sus vivencias eran un regalo de las Espadas Vivas que más de un don era una comunión que había llegado a su destino. Pero la situación actual, volver a ser esclavos y dirigirse ante las bestias que tantas veces lo habían perseguido en sueños lo volvían una entidad enloquecida y maltrecha, lejos de la visión inspiradora que había por tanto tiempo sido, se veía a un anciano horriblemente acongojado aferrado a la jaula.

Ya había llegado al borde del río, caminaba siguiendo su ritmo zigzagueante, más de cinco kilómetros había recorrido. Tenía la ventaja de que fuese específicamente ese día. Ningún esclavo tan loco que intentará en vano huir los distraería en una vigilancia exhaustiva justamente en el día de nueva mercancía que hasta los vigías estaban atentos por lograr obtener una nueva adquisición de carne. 

Tenía el amuleto que colgaba de su cuello aferrado a su mano al avanzar, confiaba en cumplir su misión. Ella no tenía opción alguna de liberar a los demás pobladores y algo si era seguro, salir en grupo solo acabaría con llamar más la atención y sacrificar a la mayoría de peor formas en la huida. No, ella conocía el sector por mapas, sabía que lejos de la ciudad de los mercaderes se alineaban alrededor las ciudades más pobladas, donde se equilibraban mercaderes con gente libre. Y mejor que eso, aún existía el templo de los guerreros de las Espadas Vivas, aunque muchos solo decían que eran unas ruinas, un lugar solitario donde morir que no valía la pena acercarse. Pero ella pensaba diferente, si alguien podía ayudarla, sería un guerrero de Espadas Vivas. Tenía muy claro que todo con quien hablaba de sus convicciones creían que estás eran tonterías, que el templo estaba Maldito y las Espadas Endemoniadas, y que lejos estaban de existir guerreros como las leyendas. Le habían contado que apenas sobrevivía el cuidador que maldecía los cuerpos maltrechos que dejaban las bestias afiladas que despertaban aunque nadie las blandieran cuando alguien se les acercaba, que era un suicidio dirigirse hacia aquel lugar.

Y aún así, ella creía. Ella descendía del linaje del sabio que con voz alegre contaba las historias, y si no volvía a salvarlos, nunca se lo perdonaría a sí misma. Aunque su Padre y abuelos siguieran con vida y le  respondiese como todos los demás pensaba que seguiría creyendo. 

Había perdido la cuenta de la distancia de su recorrido,  pero era seguro que ya había pasado dos puentes bajo diferentes riachuelos y  había llegado a un tercer río con mucho más caudal, a esas alturas tenía la incertidumbre de que quizás había errado en algún tramo el camino. El puente era impresionante viendo solo lo que las sombras no devoraban. Tenía la esperanza de que pocos se aventuraran a seguir cazando fuera de los límites y en cinco kilómetros más llegaría territorio protegido por acuerdo de las Ciudades vecinas, aunque ello tampoco fuera una total garantía. 

En ese momento escuchó el eco sordo de un caballo avanzando hacia el puente. Ella se quedó muy quieta cerca de un pilar. Estaba tan cerca, solo tenía que pasar sin darse cuenta y ella seria libre. Los pasos siguieron resonando por sobre su cabeza, avanzando.  Pero de un momento a otro el mundo dio un giro en 180º, apenas ahogó un grito que emitió un sonido cortado cuando sintió el aliento de una bestia en su rostro, entonces cayó y rodó. El ambiente se heló, comenzó a tiritar mientras trataba de apoyar sus manos en el suelo y retroceder. La bestia la olía y gruñía estrepitosamente, dejando mostrar sus dientes en ángulos dispares donde le escurría la baba por ellos.

 Trató de subir a gatas hacia el puente, embarrándose por el camino.  Al subir vio al caballo que iba sin jinete alguno avanzando. Al  girar la bestia la acorraló, perdió el equilibrio de nuevo mientras escuchaba el  vibrar del gruñido fusionado a sus temblores. Y la saliva de la bestia empapaba  su cara.  En ese instante, una voz masculina resonó. 

-¡Entrégamela!-  El hombre se acercó a ella y con cuidado puso un grillete en su cuello que sin ser tan tosco era inconfundiblemente distintivo de un esclavo. De hecho era increíblemente hermoso en su centro donde  brillaba un deslumbrante zafiro,  que destellaba con el pequeño brillo de la luna que apenas se asomaba. 

Kamyl no se resistió. Sintió como se cerraba el grillete en torno a su cuello, y al instante la bestia gruñiente comenzó a retroceder.  El hombre al estar más cerca parecía mucho más joven, tan joven que casi se confundiría con un fortalecido joven que mediría unos diez centímetros más que ella, pero con el filo de una mirada antigua, quizás aún más antigua que  la de su propio ancestro, su gran abuelo como ella llamaba y que nada de divino parecía tener cuando lo dejó en la celda prometiéndole con la mirada volver a rescatarlo.

El desconocido solo posó un instante su mirada, luego observó a la bestia que al instante se puso a retroceder hasta quedar a unos diez metros de distancia, donde terminó sentándose a regañadientes, pero dócilmente. Él luego se giró hacia ella, ella se sentía muy conmocionada para resistirse, él  le ató  las muñecas, tomando a continuación el extremo del cordel entre sus manos con la intención de amarrarlo al final de unos rieles de su caballo, pero se detuvo a observarla. Luego de examinarla con la mirada le quitó con un solo movimiento el manto haraposo que la cubría.  Tiró de las amarras cambiando de dirección,  obligándola a seguirla hacia el caudal del río. 

 La instó a entrar al agua. Ella miró en dirección a la bestia que aún estaba sentada y gruñendo en lo alto del camino cerca del caballo. La fuerza impositiva a pesar de los calmados movimientos del joven endemoniado era ineludible.  Optó por adentrarse poco a poco al río, sumergiéndose en el agua. Apenas había dado los primeros pasos, cuando él tironeó de la cuerda para detenerla, mientras él mismo se acercaba a ella. Rápidamente desgarró sus ropas, un acto brusco en las ropas que se destrozaron bajo sus manos, pero sin lastimarla ni con el más mínimo roce. Ella intentó inútilmente tapar su desnudez, solo sintió la tensión de la cuerda que la inmovilizaba. Él con  un brazo tenía la cuerda y mojándose en el agua la otra manó se acercó para tocar su rostro, limpiándoselo suavemente. Luego tomó de algún bolsillo un pañuelo que también sumergió en el agua, para luego terminar de limpiar su rostro, bajando por su cuello. Delineó sus omoplatos, lavando nuevamente el pañuelo, deslizó su húmedo contacto por la curva de su pecho. Luego sin miramientos los  frotó con fuerza hasta descubrir su pálida piel limpia y húmeda.

Ella no pudo evitar temblar y dejar escapar un gemido al mismo tiempo en el cual él le seguía tocando. Pronto aflojó las cuerdas, pero sus manos no se levantaron para cubrir su desnudez como al principio inútilmente intentó.  Esta vez él la instó a que avanzará aún más adentro del río. Ella obedeció como poseída por un hechizo. El agua pronto la comenzó a envolver las piernas, luego sus ondas subían más arriba de sus caderas, cintura, poco a poco dio paso cubriendo por debajo de sus pechos hasta sumergirlos a ellos también. Llegó a hundirse hasta los hombros, pero al girar y mirarlo, sus ojos indicaba que él quería aún más. Entonces ella dio una gran bocanada de aire y se sumergió por completo abandonándose en las aguas con sus cabellos ondeando como pelo de sílfide.  Pensó un instante que quizás morir ahogada  era mejor que morir destrozada y se dejó hundir libre. Aquel  instante al perder el equilibrio por la corriente pensó que ese sería su destino. Su cuerpo seguía amarrado. Las maromas en sus manos la tironearon y se vio en un instante doloroso y extraño,  pero él no solo detuvo el avancé con el cordel, fueron su brazos fuertes quienes la alzaron a la superficie.  Un trago amplio de aire, entre tos y un cuerpo empapado y sostenido por aquel extraño ser.  Fue un momento, luego se  vio de rodilla de nuevo en la orilla pero un tirón la apremiaban a que se levantara. 

La joven no se dio cuenta como subió hacia el camino, ni como él la seco y le dio un espeso y cálido liquido, apenas tambaleante y de pie creyó sentir  el –Crac- cuando las cuerdas fueron engarzadas a los rieles del caballo, este luego  comenzó a andar dirigido por  su jinete montado en él y la bestia que se había colocado a cierta distancia atrás los seguía al mismo ritmo.